08/06/09
Como el silencio el dolor se pregunta sobre su existencia, sobre su expresión. ¿Debemos administrar el dolor? Cuando un suceso nos maltrata afectivamente muchos son los que transmiten a los demás la existencia del mismo. Toda su vida la marca la herida que sangra y el grito y la desesperación brotan de manera espontánea o deliberada. Con la intención de ser consolado o con la de manipular el dolor puede surgir para contagiar todo el ambiente. Todo se ennegrece porque la vida de uno está ennegrecida.
Otros callan y lo vuelven interior por incapacidad de expresión o por delicadeza con el otro. Los llantos son secretos y las discusiones internas quedan en la familiaridad de uno mismo. El dolor puede desaparecer o convertirse en la palanca que mueve la desesperación o la depresión.
El dolor hay que administrarlo para que deje que la vida fluya y para que no estanque proyectos de desarrollo personal. Pero hay que vivir el dolor que a uno toca.
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