26/05/06


¿Por qué habla tan alto la mujer que está sentada cinco mesas más allá?. Dialoga con un hombre cuya voz apenas se escucha y que por la postura que adopta en la silla, y por la tranquilidad de su voz, la conversación le importa bastante poco. Hablan de dinero. Del dinero de ella. Del que ha invertido en la compra de una casa. 200.000 euros. Ella está apoyada en la mesa. Las manos entrelazadas delante de su boca. Cuando habla las mueve y cuando escucha las junta. Ahora se reclina sobre el respaldo y escucha atentamente el discurso, quizá tranquilizador, de él. Un perro pequeño, sin raza, está amarrado a la silla de ella. Mira los acontecimientos que pasan en el parque. Él no necesita dinero.

La camarera está afanosa recogiendo las mesas. Se dirige al hombre que está a mis espaldas. Él quiere soda pero no hay. Le sugiere una tónica y él acepta.

Acaba de llegar una mujer que pregunta por el baño. No hay agua y están cerrados. ¿Qué hago?, pregunta. Tiene mucha necesidad. El vigilante le abre el baño.

Me acabo de dar cuenta que la necesitada es la señora de la hipoteca. No sólo es ella. Un señor también está necesitado. Pero para él no hay posibilidad.

Se oye el rumor del agua de una cascada, el viento y a la mujer. Si no fuera por ella, posiblemente, creería que estoy solo aquí escribiendo, con mi cerveza.

Hay otra pareja sentada en una mesa cercana. Son dos hombres. Dos jóvenes. Se han levantado. Han ido a pagar a la barra y se han marchado. Dos estilos de hombres distintos. Dos prototipos en un examen psico-sociológico superficial.

¿Qué me importan las vanalidades que están contando? Y sin embargo las escucho y me estoy poniendo nervioso. Menos mal que llega Paco

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