20/10/10


Cuando se pide perdón a alguien, o por algo, si siguiéramos el proceso desarrollado por la Iglesia Católica, tendríamos un pre y un pos al acto de perdir perdón. El previo sería el examen de conciencia, el dolor de los pecados y el propósito de enmienda y el pos el cumplimiento de la penitencia. Este proceso convierte al acto de pedir perdón en algo que debe tener sinceridad y responsabilidad, entendiendo ésta como obligación de responder por los actos cometidos.

En la vida cotidiana nos encontramos con múltiples ejemplos de la vanalización de este acto de pedir perdón. Muchos de los que solicitan perdón consideran las palabras que utilizan para este acto como una fórmula mágica, en las que se encuentra, por una parte, la limpieza de su torpeza, y por otra, la obligación de la parte ofendida de restaurar el orden anterior a la torpeza realizada. Muchos no entienden que no vale con formular palabras de cuya sinceridad se puede dudar, ni seguir conviviendo como si la mancha no existiera.

Tampoco la vida pública se escapa de esta tergiversación del acto del perdón. La Iglesia Católica puede considerarse como un caso interesante para analizar, pues siendo ella la inventora del proceso, anteriormente expuesto, tiene problemas a la hora de hacerlo suyo en algunos casos. Al pedir perdón, por ejemplo, sobre los casos de pederastia, expresa dolor por los hechos realizados desde una revisión de los mismos y a su vez afirma propósito de no volver por esa senda. Pero se resiste a que, por una parte, los hacedores del pecado cumplan la penitencia que les corresponde y que las autoridades civiles les imponen y por otra, se resisten a cumplir la penitencia del descrédito de una sociedad que hace de esta institución más fuente de pecado que de salvación. Prefiere el discurso lastimero del que se hace víctima de un sistema areligioso, sin querer ver que el problema está en la institución y en la desviación de su camino originario.

En la política encontramos, a su vez, también muchos casos. El insulto, la vejación, el apuntar a la persona cuando se debería atacar a las propuestas, se pretende solucionar con una frase en la que se encuentre la palabra perdón o, en la mayoría de los casos, el término disculpa. Pero no se va más allá. Ya se disculpó y la parte ofendida debe perdonar y olvidar. Sin mayor penitencia que la de la vergüenza pública por la torpeza. Pero, eso sí, con la seguridad de que no tiene que cambiar de hábitos porque el formular la petición de perdón todo lo borra.

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